ELPOBLAMIENTO PALEOLÍTICO DE EUROPA (1986)
CLIVE GAMBLE
Profesor del Departamento de Arqueología de la Universidad de Southampton UK, constituye una de las primeras autoridades entre las jóvenes generaciones de prehistoriadotes británicos interesados en el desarrollo teórico de la arqueología y es considerado unánimemente como uno de los mejores paleontólogos europeos surgidos en el marco de la <<Nueva Arqueología>>.
INTRODUCCIÓN
El paleolítico de Europa es un registro de observaciones y un testimonio de las ideas. Estos estudios surgieron como una de las divisiones de la prehistoria y el concepto ganó respetabilidad dentro del extenso y fundamental cambio social del siglo XIX.
Este cambio supuso la transformación de una sociedad bajo el efecto continuo de la revolución industrial que, desde las dos últimas décadas del siglo XVIII, ya estaba en curso en Inglaterra. El <<Siglo de Europa>> (1815-1914) presenció la culminación de tres procesos a largo plazo: el completo desarrollo de una economía internacional, la creación del aparato del Estado moderno y el nacimiento de la ciencia. Las ventajas, tanto prácticas como potenciales, de este último avance dependían del cambio radical en la forma de concebir, investigar y utilizar la naturaleza. El desarrollo de la arqueología como disciplina intelectual está vinculado, de forma inextricable, a este amplio movimiento que también vio sentar las bases de los estudios geológicos y evolutivos.
Al mismo tiempo, la creación de un mercado internacional condujo a la reestructuración de las relaciones entre las sociedades humanas y a la formación de nuevos intereses de clase dentro de éstas. En todos los estados de Europa occidental, este período contempló la creación de riqueza a una escala sin precedentes y la subida al poder de una clase media. No es una coincidencia que los orígenes del estudio de la prehistoria puedan remontarse al mismo momento en que estaban ascendiendo las fortunas sociales de la clase media.
La creación de riqueza, de la cual se derivaban la influencia y el poder de esta clase, implicó también la explotación de los recursos naturales y la intensificación de la agricultura para así alimentar a una mano de obra en rápido aumento. Se extrajo grava y greda (arcilla) para proporcionar materiales de construcción; los canales y los ferrocarriles exigían trabajos de ingeniería civil a una escala ambiciosa y masiva; la ampliación de las ciudades ocasionó la redistribución del uso de la tierra; y la agricultura, al practicarse con técnicas mejoradas en tierras más marginales, tuvo que ahondar un poco más la superficie de la tierra. Con el tiempo, se desenterró una vasta cantidad de materiales arqueológicos. El hecho de que la mayor parte de estos adelantos se realizaran manualmente, proporcionó también unas condiciones favorables para la recuperación de unos objetos que yacían enterrados a diversas profundidades del terreno.
Estos objetos no tenían significado por sí mismos. En este sentido, el pasado prehistórico no fue tanto descubierto, como se describe habitualmente como inventado para satisfacer las necesidades particulares de esta misma clase social. Sólo tras la creación de un marco conceptual los objetos materiales adquirieron un significado y un sentido mientras que, anteriormente, cuando fueron hallados, no habían atraído más que una vaga curiosidad. Principalmente, la prehistoria pasó a servir a las ideologías de progreso y nacionalismo en la causa de la identidad de clase. El descubrimiento de que el cambio era una característica del pasado, y por tanto parte del orden natural, se ajustaba admirablemente a la visión decimonónica del mundo. La lección de la prehistoria realmente confirmaba y conformaba a la opinión contemporánea de que el progreso era algo inevitable y civilizado. De la misma manera, la historia nacional suministraba un fuerte marco ideológico que ayudaba a legitimar las posiciones económicas y políticas. Por ejemplo, la clase media de Dinamarca utilizó la arqueología prehistórica para proporcionar un nexo de unión entre ellos mismos, el patrimonio cultural de la nación y el <<pueblo>>. Por otra parte, hicieron hincapié en que la identidad nacional era una precondición necesaria para el progreso continuo y la finalidad del Estado. La prehistoria y la noción de un pasado no fueron los únicos medios con los cuales la clase media legitimó su recién adquirida posición e hizo frente a la problemática de adaptarse, en el orden de los asuntos humanos, a estas circunstancias alteradas tan radicalmente. Tendencias similares actuaron en la elección de la vieja arquitectura gótica para construir los <<nuevos>> edificios tales como las fabricas, las estaciones de ferrocarril, los museos y, en Inglaterra, el Parlamento. Las ideas de época y antigüedad pasaron a ser los criterios generales por los cuales se atribuía un valor social a objetos y acontecimientos y, cubriendo nuevas instituciones y actividades bajo el manto de antiguas tradiciones materiales, se confirmo un nuevo orden.
NICOLE LAURIN-FRENETTE
Profesora de Sociología de la Universidad de Montreal (Canadá)
En resumen la ideología burguesa se presenta como un intento de demostración lógica de la racionalidad universal, de las relaciones sociales capitalistas. En efecto, el capitalismo debe aparecer, al termino del racionamiento, como el mejor sistema, el más racional, el más idóneo para asegurar el progreso de la humanidad porque precisamente sienta las condiciones más susceptibles de permitir que las leyes naturales que rigen desde la eternidad la supervivencia y la evolución de la especie humana ejerzan sin coacción su influencia benéfica. La burguesía ha desembarazado al hombre de todas las ataduras inútiles que lo separaban de su verdadero estado natural; ha sustituido como dice Marx, todas estas trabas económicas, jurídicas, religiosas, etc., por <<la única y desalmada libertad de comercio, que permite reemplazar la explotación velada>> por <<la explotación abierta, descarada, directa y brutal>> (Marx). El sistema capitalista encierra las relaciones individuales en el marco del mercado, representando como el mecanismo que asegura de la manera más equitativa y racional, la lucha entre los individuos para la selección de los mejores. Esto a condición de que sean respetadas las reglas del mercado y de que estas reglas de juego es confiada al Estado; en la fase del capitalismo monopolista esta tarea se amplifica y desarrolla en el sentido de una intervención directa tendente a mejorar y perfeccionar el funcionamiento de este mercado y a paliar sus contradicciones. Sea lo que fuere, el mercado competitivo -incluso <<perfeccionado>>- y el Estado como garante de las reglas de juego, continúan siendo la encarnación perfecta de los principios absolutos y universales a los que se atribuye teóricamente la regencia sobre las relaciones humanas y la evolución de la especie. Las practicas colectivas de los agentes de la producción capitalista aparecen como circunstancias individuales, y los agentes mismos como movidos por su tendencia natural hacia la autosatisfacción y la autorrealización; las condiciones y los efectos de los procesos sociales de producción, control, distribución y reproducción del modo de producción capitalista son, pues, interpretados como consecuencia de la <<desigualdad>> entre individuos. La desigualdad resulta también justificada como algo natural, porque, en efecto, no es producida ni mantenida por recursos irracionales (religión, tradición, etc.,) sino que representa el resultado de una lucha honrada y sin interferencias en el mercado que sanciona el mérito real de los combatientes.
Así, por una especie de juego de espejos, la ideología liberal traduce un discurso aparente -pero falsamente- racional, que permite <<erigir en leyes eternas de la Naturaleza y de la Razón las relaciones sociales dimanadas de vuestro modo de producción y de propiedad>> (Marx), de tal suerte que aquel sistema pueda aparecer, a la inversa, como un conjunto de hechos reales que verifiquen la teoría elaborada, es decir, como una encarnación concreta, como una actualización casi milagrosa de la naturaleza y de la razón. Sucedería así si, en primer lugar, la teoría fuera un conocimiento real del sistema que pretende explicar y así, en segundo lugar, este sistema fuera en sí la encarnación de la razón universal y natural más que una forma de racionalidad dada, histórica y contingente.
La ideología burguesa admite un amplio margen de variación en la interpretación y aplicación de sus categorías, principios y postulados. Como todo sistema de sentidos, admite e incluye igualmente la posibilidad de su oposición, negación y contradicción recíprocas en el interior de los límites de su propia lógica. Así ocurre, por ejemplo, con la oposición entre nociones de conflicto y consenso, que representan los dos polos opuestos, simultáneos y complementarios de la interacción social. Del mismo modo, las representaciones del individuo-sujeto y de la totalidad-sujeto remiten una a otra y se oponen afirmándose en el seno de la misma problemática.
El estudio de la versión nazi o fascista de la ideología burguesa es muy instructivo a este respecto. En su análisis de la filosofía política que en Alemania acompaña a la construcción del Estado totalitario, Herbert Marcuse demuestra cómo <<los elementos fundamentales [de esta filosofía] son extraídos de la interpretación liberal, y más tarde reinterpretados y desarrollados en función de las condiciones económicas y sociales modificadas […..] los dos puntos de partida más importantes encontrados en el liberalismo por la nueva teoría del Estado y de la sociedad [son] la interpretación naturalista de la sociedad y el racionalismo liberal que desemboca en el irracionalismo (Marcuse).
En la versión nazi o fascista del liberalismo, el individuo queda abolido en el interior de un todo concebido como <<raza>>, <<pueblo>>, <<pensamiento nacional>>, <<tierra y sangre>>, <<comunidad de destino>>, y encarnado por el Estado totalitario, que se convierte en el <<representante de las posibilidades propias de aquel ser>> (Marcuse). Aquí se encuentran invertidos los principios liberales de la separación del Estado y la sociedad, de la separación y distinción entre la naturaleza y la economía; la racionalidad, la libertad, la responsabilidad de los individuos se encuentran sublimadas en la omnipotencia y la omnisciencia del Estado. Sin embargo, como subraya Marcuse, <<si el Estado autoritario total da a su combate contra el liberalismo el aspecto de una lucha entre “concepciones del mundo”, dejando de la lado la estructura social fundamental del liberalismo, es porque en el fondo se encuentra ampliamente de acuerdo con esta estructura de base [que] se apoya en una organización económica privada de la sociedad (Nicos Poulantzas).
LA LEY DE BRONCE DE LA OLIGARQUÍA
En los trabajos de análisis político de Robert Michels [Los partidos políticos; un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna, Amorrortu editores, 1971] podemos encontrar el mismo género de consideraciones relativas a los factores institucionales o estructurales de la dominación. La obra de Michels, tiene por objeto <<el estudio sociológico de la emergencia del liderazgo, la psicología del poder y las tendencias oligárquicas de la organización>>. Basándose en el estudio de los partidos y de los sindicatos obreros, Michels formula un conjunto de principios que explican la estructura y el funcionamiento de las organizaciones políticas. Estos principios se resumen en la <<ley de bronce de la oligarquía>>, según la cual toda organización política, incluso cuando sus fines son esencialmente democráticos, evoluciona ineludiblemente hacia la oligarquía, esto es, hacia la dominación de una minoría organizada sobre una mayoría impotente y amorfa. La ley de la oligarquía resulta de factores psicológicos y de factores técnicos. Depende primeramente de la psicología de las masas, las cuales son <<constitucionalmente incapaces de gobernarse>>y adolecen <<de una inmadurez objetiva>>y de una <<incompetencia incurable>>. Pues, según Michels, <<el hombre individual está abocado por naturaleza a ser guiado y a serlo tanto más cuando las funciones de la vida se dividen y subdividen más y más>>. Los gobernados, además, alimentan las tendencias autocráticas naturales de los líderes por el <<culto de la veneración>> y la <<gratitud política>> que manifiestan frente a ellos. Por otro lado, la oligarquía se explica, en lo que respecta a los líderes, por la <<sed de poder>>. El interés personal en conservar una posición de poder y privilegio lleva a los jefes a identificar los fines de la organización que dirigen con sus fines personales, lo que produce una tendencia ineludible al conservadurismo en los objetivos y en la ideología de la organización. Se constata que todos los principios de esta <<psicología del poder>> se basan, como en Mosca Gaetano [Elementos de ciencia política 1953] y en Pareto Vilfredo [Tratado de sociología general 1916], en un conjunto de apriorismo referente a la naturaleza universal del individuo. En cuanto a los factores técnicos que explican la tendencia a la oligarquía -los efectos de la división de las tareas y de la especialización, la cohesión de los líderes, etc.-, se reducen, como en Mosca, a efectos institucionales (a nivel de la organización) de los mismos caracteres psicológicos intrínsecos a los individuos.